Lo que embellece al Desierto Blanco egipcio
por Ruth Lelyen / Fotos de Ruth Lelyen
Dos lunas tiene el Sahara egipcio: el satélite natural que brilla de noche en el cielo, y en la tierra, como una joya de cuarzo, el sorprendente Desierto Blanco, cuyas dunas, valles y desfiladeros resplandecen en silencio ante la mirada atónita de aquellos que lo recorren.
Al norte del oasis de Farafra –más de cinco horas de viaje desde el Cairo–, el tiempo se encargó de esculpir uno de los paisajes más espectaculares de este país norafricano, donde esculturas naturales de color nieve invitan a la imaginación a crear historias, figuras y personajes de leyenda.
Cuenta la geología que hace millones de a?os esta región ocupaba el lecho oceánico, pero siglos de transformaciones y la erosión de los vientos terminaron por conformar espacios abiertos salpicados de caprichosas formaciones calizas, lo que otorga a la zona su peculiar color blanco.
Enormes setas, animales mitológicos, estructuras oníricas, todas rarezas rocosas sobre un lienzo níveo que transportan al visitante a planetas árticos de belleza encantadora y le recuerdan que la realidad puede ser siempre más fascinante que los propios sue?os.
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